La vida es una esfera dislocada que va avanzando, sorteando obstáculos, por un camino serpenteante que te hace entrar en contacto con otras muchas, individuales o grupales, con las que se continúa el viaje o por el contrario, muy tardíamente, se vuelve a tener un encuentro. El caso es que, en uno de estos virajes inesperados de mi particular esfera, se dió de bruces con una pequeñita, de un año escaso de vida, que no era otra más que el Coro Tomás Luis de Victoria, con el que tuve la fortuna de poder organizar un concierto en el salón de actos del Palacio de Carlos V de la Alhambra. En ese momento yo no sabía que era su segunda interpretación pública, pero mi confianza en el trabajo realizado y la calidad de su creación era absoluta y por eso, desde ese momento, nuestras inquietas esferas se han entrecruzado en bastantes ocasiones.
Llevar el nombre de Tomás Luis de Victoria, lejos de ser una marca garantizada, es un reto que hay que superar todos los días. Tener como inspirador al mayor polifonista del renacimiento hace que el nivel exigido por el oyente se concentre en las más altas capas de la percepción y, por ello, el Coro Tomás Luis de victoria, con pequeñas variantes desde su origen, sigue siendo una formación disciplinada, de esfuerzo teórico y práctico que prepara cada intervención y cada ensayo con la minuciosidad de un coro profesional, para no quedar al descubierto de las armonías y modulaciones del maestro.
Este trabajo, consolidado por veinte años de entrega continuada, ha logrado –permítaseme que siga el juego de la emblemática esfera, tan caro al siglo XVI y XVII español– que el camino que ha ido hoyando y abriendo haya sido cada día más recto y menos sinuoso, demostrando la claridad conceptual de sus componentes, siendo los demás los que, de tanto en tanto, somos afortunados al cruzarnos en su firme rodar.
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– –José Vallejo